Aunque los comienzos de la civilización romana pueden remontarse al siglo VIII a.C, y las primeras manifestaciones escritas en lengua latina que se han conservado, fundamentalmente inscripciones, a finales del siglo VI, como el lapis nigrum del foro romano en escritura bustrofédica (i. e. con líneas escritas alternativamente de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, imitando el arado de los bueyes), la aparición de la literatura latina propiamente dicha no puede establecerse hasta bien entrado el siglo III a.C
A menudo se ha achacado a esta primitiva civilización latina una absoluta carencia de originalidad y de creatividad para tratar de explicar el tardío surgimiento del cultivo de la literatura. De acuerdo con este tipo de interpretaciones, la literatura latina sería un producto enteramente derivado de los géneros literarios griegos, a cuya imitación servil se habrían debido las primeras obras literarias romanas a partir de las guerras púnicas.
Sin embargo, atendiendo a otro tipo de factores de índole política y económica que condicionaron el desarrollo de su civilización, se percibe que Roma fue desde su fundación un peque?o estado campesino, con una economía poco desarrollada, y en guerra permanente con los estados vecinos. Estas circunstancias no eran, evidentemente, las más apropiadas para la aparición de una brillante literatura autóctona.
El gran impulso para el nacimiento de la literatura latina vino dado por el proceso de expansión romano a lo largo y ancho de la península itálica, y por su contacto con las otras potencias mediterráneas a comienzos del siglo III a.C Su progresiva asimilación de los pueblos del sur de Italia (la Magna Grecia) constituyó el estímulo necesario, y el desarrollo económico posterior favoreció la creación de una prestigiosa producción literaria adecuada a los intereses del nuevo Estado romano.
Que este contacto con la civilización helénica del sur de Italia y la adopción de la mayor parte de los géneros literarios griegos fueran los factores que favorecieron el desarrollo de la literatura latina, no implica en absoluto que esta carezca de originalidad o que se limitara a reproducir los modelos griegos. Una afirmación semejante equivaldría a negar originalidad a las literaturas francesa, alemana o espa?ola simplemente por el hecho de haber heredado o imitado durante buena parte de su historia los modelos que les fueron legados por la literatura grecolatina.
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